Te quiebra en mil pedazos mientras lágrimas caen sin razón aparente. Lloras por lo que no fue y pudo haber sido, y por lo que fue y no volverá, pero también por lo que fue y no debió haber sido.
Y lo único que deseas es borrarlo, enterrarlo tan profundo en tu corazón para no volver a sentirlo. Te intentas aislar del mundo para intentar ganarle la batalla, pero el muy cobarde lucha por salir a flote, no desaparece no, se va alimentado de traiciones y fracasos, a la vez que reclama más espacio dentro de ti. No hay consuelo, está claro que no te destruye, que hay peores sentimientos, pero sí te hace mucho daño. Y sigue nadando cada día para salir a la superficie mientras tú lo cargas con piedras de olvido intentando mandarlo al fondo. Pero bucea, se alimenta de una mínima esperanza a la que pueda agarrarse y vuelve a salir. No lo das vencido, cuando crees que está llegando a lo más profundo, vuelve a asomar sus resbaladizos tentáculos que van produciendo grietas en tu coraza.
Y así una y otra vez. Y otra. Y otra más. Y una eterna penúltima vez. pero al fin y al cabo, otra vez más.
El tiempo ayuda, o crees que ayuda, pero no cura.
Tres años después, el sabor de la traición sigue palpitando.